Había una vez un hombre
y había una vez una mujer. Había también una cama. La cama era el escenario de
un abrazo.
El abrazo.
Fuerte, muy fuerte,
irrompible.
Eterno.
No, no era eterno.
-
¿Por qué no
podemos mezclarnos? - Preguntó él. Pregunta que no buscaba más respuesta que un
beso.
-
Porque no
somos pintura – Respondió ella. Maldita su obsesión de contestar preguntas
incontestables.
-
Pero sí lo
somos, mira.
Y ya nadie dijo nada. Porque
hombre y mujer no eran sino pintura y se mezclaron hasta que las sábanas se
pintaron de ellos. Llegaron el fin del mundo y el fin de los tiempos y se acabó
todo lo que tenía que acabarse, excepto la cama.
Palpita, color pasión,
infinita como el abrazo de los amantes.
(Que sí, sí era eterno)
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